Thursday, June 29, 2006

CHAPTER III. DE LAS CONSECUENCIAS EXAGERADAS DE NO HACER CASO A LA INFORMACION

En el norte de México, muchos lectores y lectoras recordarán, sucedió un crimen horrendo y que llamó la atención, usual como son los crímenes inusuales, de una atención inaudita.

Yo viví en Cumbres y ahora se me hacía más sencillo decir donde se localizaba mi casa en Monterrey, sólo tenía que mencionar casualmente que yo vivía en esa zona, “ah, donde vivía el asesino de Cumbres...”. Sí, pero el vivía en el segundo sector y yo en el primero (sólo queda decir que Cumbres de Monterrey es una zona donde viven quinientos mil habitantes).

El punto es que la pregunta que más salió en ese entonces fue, ¿cómo la chica no se dio cuenta de las intenciones del tipo? Según reportes, ella ya había dado cuenta de que el era posesivo, impositivo, manipulador, en fin, características que después de los hechos poco importan realmente.

Ahí es donde reside el quid de la cuestión. ¿Cómo saber que un tipo puede ser así? ¿Cómo saber que una persona puede resultar en algo tan descabellado como el tipo ese?

Es claro, no todos los tipos manipuladores, o posesivos, impositivos, de carácter voluble terminan siendo asesinos de infantes. Pero no podemos negar que muchos casos de violencia intrafamiliar, por decir algo, provienen de personas que de alguna manera u otra escondían en su carácter rasgos que mostraban esa proclividad.

Nuestras Guerras Secretas no aspira a que las mujeres después de que lo lean, ya sepan como reconocer un hombre. Más bien, en medio de sus páginas, el libro lo que desea es dejar en claro la necesidad de parte de las mujeres de que sepan LEER al hombre, no en sus intenciones solamente, esas pueden cambiar con el paso del tiempo, sino que puedan con anticipación que deben de estar cercanos a lo que el hombre les dice, les promete, les propone, les ofrece.

Nuestras Guerras Secretas nació con la idea de que hay información disponible afuera en el ambiente para la que quiera leerla, escucharla, para no tomar malas decisiones.

No todos los hombres somos del tipo asesino. No todos los hombres somos del tipo esquizoides.

Pero yo escuché a un tipo. Decir “Yo a las viejas, como si fueran frutas, las muerdo y las escupo”. Y otro tipo dijo: “Con las viejas la cosa es así: detrás de la confianza, entra la verga”. (Sí, suena de pésimo gusto). Y otro más dijo: “Cuando una vieja empieza a ponerse más insistente o cuando de plano me cansé de ella, sólo le digo, “¿Qué crees? Mi esposa ya me pidió volver y pues, yo por los niños...”.

Los tonos en los que me decían lo anterior eran de risa y de burla.

Y en el hipotético caso, o más bien, bíblico caso de la famosa parábola del Samaritano: Esa que habían golpeado unos bandidos a un tipo y que pasaron tres personas, un fariseo, un sacerdote y un Samaritano, jurado enemigo del grupo étnico del tipo. El único que se detuvo fue este último. La parábola va por el lado de que el prójimo es quién sufre.

Aquí no es tanto así, pero sin embargo sí representa el punto. Tengo hija, tengo hermana. Tuve y tengo amigas. Son mujeres que de muchas maneras no le tienen miedo al mundo. Saben que el mundo no es suave ni terso, bien lo saben. Saben que en este mundo se viene a sufrir. Pero, digo yo, si ya con los problemas normales de todo tipo de ámbitos, se les aparecen perros infelices como los anteriores disfrazados de buenos amigos, pues aquí ya tenemos un serio problema.

Y el problema de no leer bien a los hombres es muy claro.

Si te llevas bien con él, ya la hiciste, felicitaciones.

Si no te llevas bien con él y prosigues la vida junto con él, una mala relación puede llevarte al embarazo no desead, a la violencia intrafamiliar, a incluso el divorcio.

Todo lo anterior son casos de todos los días.

Pero, supongamos, sólo supongamos, ¿y si hubiera habido más información? ¿Si la mujer hubiera sabido más del hombre? ¿Si hubiera sabido como se comporta? ¿Si se hubiera imaginado que es lo que buscaba?

Claro, de nuevo el punto, hay de hombres a hombres. Los que viven un noviazgo lleno y pleno, los que viven un matrimonio con problemas como todos, pero con la firme convicción de que no sólo lo hacen por los hijos, sino porque están compenetrados y porque están mejor juntos que separados.

Y no que sean de hierro, esas mujeres o esos hombres, sino que son de carne y hueso, y saben que las tentaciones de la vida están para repelerse ultimadamente.

Las reglas no son estrictas en ningún ámbito humano. Siempre están sus factores atenuantes, o los que son los que empeoran la situación. Siempre hay una flexibilidad en todo esto. Nada es verdad. Nada es mentira. Todo es relativo y depende de quien juzgue.

Los tiempos también cambian.

Saber más del hombre ayuda a la mujer a que si las reglas son claras, ella sabrá si le entra o no al juego.

O a la guerra.

Una cosa es que se sepan las reglas y otra es que no se les diga. La omisión de los hechos no exime de culpabilidad.

Pero también escuché una vez a un cuate estaba en lado gris de la ley, o sea que andaba con una movida, y que decía: “A mí, cuando una mujer de estas me dice que me quiere o que me ama, la mando a la chingada”: (Perdón, pero así decía). Esto se dice con la máxima frialdad. Como si el que la mujer le hubiera dicho eso hubiera sido una ofensa. Le pregunté porqué y me respondió: “¡Nombre! ¿Te imaginas? Al rato va a querer hablar a mi casa”. Y eso no se vale, me imagino.

No todos los hombres seremos asesinos. Ahí del tipo se decía que sólo quería volver con ella. Y que ella no quería. Por eso la quiso matar. Los niños murieron sólo por haber estado ahí. De manera más fría, pues, si es que puede decirse así.

Pero fuera de este extremo tan violento y mortal, ¿dónde quedan los demás casos? ¿Los de la violencia intrafamiliar ya mencionada por decir un ejemplo?

Aún y que el libro 1 no toca el tema ni de manera tangencial, lo que se trata de afirmar y de reforzar en la mujer es la idea de que elegir compañero, ya sea novio o marido, no es cualquier cosa.

La persona que creíste conocer toda la vida puede expresar no exactamente sus intenciones, sino su manera de ver la vida, en la que un golpe, ¿qué es un golpe, dirán?

Hay personas que afirman que si no hay golpes en un matrimonio no es amor del bueno. Que sólo pegando se demuestra el verdadero amor. Desconozco las raíces de esa falsa creencia.

Había una frase que me comentaba de broma una amiga que decía: “Pégame donde quieras, pégame en los hombros, en la cabeza, en la cara, pero no me pegues en la boca sino con qué te beso”. Era broma supuestamente, pero siempre me quedé con la duda... ¿era una canción? ¿era una frase? ¿o era una parodia o exageración?

“¿Él era bueno en el noviazgo y luego en el matrimonio se descompuso”? No sé como se resuelva eso. No sé que miles de factores impidieron ver la verdadera naturaleza de ese tipo de hombres de los que todos hemos escuchado.

No sé si LEER a un hombre de manera correcta pudo haber impedido un mal matrimonio.

No sé si el sexo (y obvio, hablo del prematrimonial) trastocó los valores reales.

Porque también he escuchado: “Lo trae bien clavado esa vieja”. “Ha de hacerle excelentes trabajos”. Eso de hombres. Entre mujeres no he escuchado algo similar. Pertenece eso al submundo de información que uno como hombre jamás escucha.

Quizá el sexo estorba aquí porque sucede que hay personas que sí son excelentes parejas en lo sexual, pero en lo emocional son deficientes. Pero con eso de que “las reconciliaciones son riquísimas”, pareciera que las personas sólo quisieran broncas para llegar a las reconciliaciones, por más destructivas que hayan sido esas broncas.

Quizá la mujer se cegó en que el hombre venía como un verdadero príncipe en su corcel, quizá ella tenía una vida familiar con sus padres tirante y difícil y el Príncipe llegó con un boleto a Felicilandia. Y ella creyó de buena manera. Y quizá el tenía buena intención. Pero eso no basta.

Y tantos y tantos casos más.

No es el hombre el único culpable. La mujer, obvio, es perfectamente capaz de matar y de causar daño, pero en este libro 2 me estoy enfocando exclusivamente a la Mujer.

Los lectores que lean esto, bueno, ya lo he puesto antes, que les siga siendo leve.

¿Qué dije al principio? Cada cabeza es un mundo y cada cabeza es una barbacoa.

Este libro y el anterior no pretende cambiar el mundo, pero uno nunca sabe si la información a tiempo te haga pensar.

Si te dijeran que un huracán como Katrina fuera a pegar en nueva Orleáns los últimos de agosto de 2005, ¿írias? Quizá el huracán te llegó de repente. ¡Sorpresa, la tragedia te envolvió!

Pero no te hubieran caído mal unas buenas dosis de información unos días antes, ¿no?

Esto es lo que es este libro. Unas buenas dosis de información.

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