Thursday, August 17, 2006

AMOR POLIEDRICO (fragmento de novela)

(Fragmento de Sangre de Neón, novela inédita, todos los derechos reservados, etc.)



POR FIN LLEGUÉ A SANTANDER JIMÉNEZ, TAMAULIPAS. Me dirigí hacia la posada a descansar un poco. Tenía que hacer tiempo mientras llegaba este cuate de lentes, ¿cómo se llamaba? David, sí, David Hernández. Comí por fin dos o tres platillos que pedí para el cuarto.

Decidí tratar de dormir.

Yo creía no ser una persona impresionable. Tiendo a burlarme, tiendo a reírme. Tiendo a ser escéptico. Pero cuando estás presente en situaciones con los hermanos, los enfermos, y para rematar el señor Mingo, ¿qué se puede pensar? Esta no es la normalidad de la vida. ¿O sí? Existe algo así llamado tranquilidad de la vida. ¿Normalidad? Doctora Valeria, usted sí me entiende. ¿Qué estará haciendo ella? Tenía ganas de verla. De platicar con ella. De estar con ella.
De estar muy con ella. De estar dentro de ella.
Tuve una erección de repente. Me sonreí. Tendría que esperar.

No sé cuanto, era lo malo. Lo que pasó allá, pasó allá. Lo que pasará aquí será distinto. No podría pensar que sería lo mismo y no lo esperaba.
Nada sucede igual a como lo planeas, nada. Chequé nada más por no dejar si había mensaje de Epsy. Nada. Ella me gustaba mucho. Todavía recordaba nuestro pasado brillante en los que estuvimos haciendo planes for nobody.

Y ahora era Hombre de Ninguna Parte.
Vivimos de todo. Y ahora vendría para acá. ¿Sola o con alguien más?
No debería de importarme pero preferiría que viniera sola.
Y eso me ponía en un conflicto. ¿Para qué la querría sola? Estaba la doctora Valeria. ¿Ella que pensaría? ¿Que tuve que ver con Epsy? Eso no debería de preocuparla.
Ella ni en cuenta. Lo que no es en su año, no es en su daño, dicen.
Además ni la doctora era algo mío, ni yo, sobre todo eso, era de ella. Mía tal vez lo fue, pero en su calidad ilusoria y ultra pasajera.

La verdadera verdad, redundancia en pleno, ellas jamás son de nadie. A menos que ellas lo decidan así y aún eso es temporal. Todo lo demás no son más que buenos deseos y rasgos de machismo mal entendidos.
Desubicados estos.
De todas maneras me debía a Epsy en algo. No sé en qué. Estuvimos juntos mucho tiempo. Salíamos a muchas partes. Fuimos felices. Si a eso se le puede llamar felicidad.
Trabajar juntos y coger. Coger y trabajar juntos.

Yo le decía muchas veces que no usara la palabra «coger». Que lo de nosotros era más bien «hacer el amor». Ella decía por su lado, que el amor ya estaba hecho entre nosotros. Y que disfrutaba la plenitud física conmigo. Y yo con ella, también, por supuesto. Más evidente de lo único evidente, ¿quizá?
De nosotros. Entre nosotros.
Y me seguía causando estupor cómo puede reaccionar una mujer.

Para la mayoría de los hombres, eso no es novedad, el mundo de ellas es remoto, es otro.
Ellas intuyen que la mitad del mundo es de ellas. Y que el hombre sólo lo sospecha. Peor, el hombre cree que el mundo es de él.
Pero es sólo eso, creencia. No tarda la mujer que llegue a ponerlo en su lugar.
Epsy en particular, me puso en el mío. Por más que quise no doblegarme ante ella, no pude evitarlo. Una y otra vez.

Eso fue hace mucho. Ella traería ahora otra relación y me podría causar indiferencia o celos, pero el punto es que sí me podría causar algo de revuelo en mi interior. O tal vez no.
Creo que sí estuve enamorado de ella, aunque fueran sólo quince minutos intensos. Pudo ser el día que conocí su casa y que me sentí por ese tiempo que bien podía pertenecer a su mundo. Pudo ser la noche de la entrega de premios de cine que compartí la mesa con sus amigos. En esa ocasión ella estaba radiante.
No tenía nada que ver con hacer el amor. Tenía que ver con el amor mismo.
El concepto de amor, una vez más. Tal vez me le negué demasiado a abrazarlo, a aceptarlo, como si fuera éste una religión del amor en sí mismo.
¿Crees en el amor? ¿Lo aceptas como si fuera una fuerza divina? ¿Cómo una fuerza redentora? ¿Lo aceptas como una fuerza de transformación?
No lo sé. No lo sé. No lo sé.
Pero bien hubiera querido aceptarlo así.

Mi pinche lado ácido. Siempre el temor, siempre la duda. Siempre el miedo de que las cadenas fueran más grandes que el amor al amor.
El amar al amor.
¿Cuál es la diferencia?
¿Por eso tantos hombres aman a tantas?
¿O el amor verdadero es sólo uno en la vida?

Perdóname lector-lectora, pero aquí entra de nuevo la estadiostica: ¿Cuánto de nuestra personalidad queda en perfiles definidos? ¿Cuáles serían estos perfiles? ¿Cómo se medirán?
Supongamos por un momento que la simpatía, las afinidades, el gusto a la música clásica, la receptividad a nuevas ideas, el odio por las caramuelas, se pudieran medir o codificar.
¿Cuántas de estas características pudiesen resultar? ¿Mil? ¿Cinco mil? Dependiendo, tal vez ese número pudiese ser finito o infinito. Pero si uno pudiese agrupar esas características en grupos mayores, ¿que saldría?
Sé que estaba haciendo algo contranatura, tratar de cuantificar lo incuantificable.
Ahora, pensé, si sacamos un número que se pudiera graficar pero no con barritas o paycitos, sino como un cuerpo geométrico de mil caras.

Esos cuerpos geométricos, seríamos nosotros representados en el tiempo y sobre todo en el espacio. Y ese cuerpo en particular de mil o más caras tendría entradas y salidas y… he aquí la magia…
De repente flotamos y nos damos cuenta de que lo estamos haciendo en un espacio al parecer ilimitado desde nuestro humilde punto de vista y nosotros dentro de nuestro cuerpo geométrico nos damos cuenta que nos comportamos, increíblemente, como si fuéramos una leve motita de polvo en medio del viento.
En ese espacio volamos libremente, y el destino nos lleva a todas partes por todos los tiempos. Jamás nos encontramos quietos.
Y así de pronto, descubrimos que no estamos solos, que hay miles de más motitas de polvo.

Flotamos y empezamos a chocar una y otra vez a través de nuestras vidas. Miles de choques, miles de intercambios. Miles de encuentros. Miles de recuerdos.
En los millones de motas, que chocan de manera cotidiana con otras millones se dan por circunstancias encuentros especiales por necesidad. Motas idénticas, opuestas, complementarias, parecidas, extrañas, afines, ajenas, iguales, comunes, de todos tipos. Muchos al descuido, muchos deliberados.

Algunos de esos se recuerdan y se guardan en las memorias… y se guardan porque encajaron en tu mota, en tus diversas caras, protuberancias, cavidades. En tus continuas entradas y salidas de tu polimórfico perfil de tu poliedro geométrico, puede que suceda que llegue otro poliedro geométrico que se adapte perfectamente al tuyo, que embona, que encaja, que es convexo a tu cóncavo, o viceversa.
Y ahí se queda.
En ese momento no sabemos nada del futuro, sólo esperamos que se quede ese poliedro hasta ahora desconocido… en nuestro poliedro… por mucho tiempo, con todas sus infinitas posibilidades.
El verdadero amor sucede u ocurre cuando te quedas atrapado sin opciones y el poliedro tuyo y el poliedro otro empiezan a fundirse y a crear más caras en conjunto. Sin sospecharlo tú jamás, que estás atrapado. Por tu propia voluntad.

Epsy fue el amor más poliédrico correspondiente de todos los que tuve.
Y la estadiostica lo previó. La estadiostica lo prevé todo.
Incluso el amor poliédrico por más remoto que pueda parecer.
Mi fe me dice que sí. La vida me dice que sí. Entonces, ¿sí? O ¿sí?
Y la solución a perpetuar ese estado era…
Sonó el teléfono. Sin pensar en nada respondí de manera automática. Era Zenobio, me invitaba a tomar un café. Suspiré. Me puse de pie. Era una pinche flojera.
Como quiera me sentí menos cansado pero con esas ganas de seguir acostado, como cuando sientes que la fatiga te sigue invadiendo.

El amor poliédrico otra vez. El amor que se da porque se tenía que dar. Es amor que hace que tu mente se te embote y sólo quieres quedar bien cada minuto con la persona que sabes de manera instintiva que por el sólo hecho de existir ya quedas bien. El amor por el cual estas viviendo, rezando, pensando, idealizando, para el cual los defectos del otro son minimizados de manera casi absoluta. El amor que te hace levantarte con optimismo aún y que el día o tú te sientas de manera atroz, el amor desafiante, el amor resultante, el amor que invoca… el amor que sangra, el amor que toma, el amor que das, el amor que queda, el amor que nace, el amor que vive, el amor que nunca muere, el amor tierno, el amor del alma, el amor de la mente, el amor del corazón, el amor del cuerpo, el amor que enerva, el amor que respiras, el amor que suspiras, el amor por el que suspiras, el amor que eres, fuiste y serás tú…

El amor que confunde, el amor que difunde, el amor que da calor en los tiempos de frío, el amor que está a punto de las lágrimas, el amor sincrónico, el amor que nunca es gélido, el amor creado, no clonado, consubstancial al amor, el amor que lucha, el amor que está y que ignoras, el amor que lastima, el amor que es tus ojos, el amor que es tu piel, el amor que es tu sonrisa, el amor que besa tu espalda, el amor que lame tus heridas, el amor de tu mirada, el amor de tu risa, el amor de tu gloria, el amor que enseña, el amor que bebes, el amor que hilas, el amor que vuela, el amor que idolatras, el amor que duele, el amor que no mata, pero que parece que lo hace, el amor que permanece…
Un tiempo para amar…
El amor químico, el amor sentimental, el amor del alma, el amor que florece, el amor estadiostico, el amor poliédrico… mientras fue, es y sea amar que me envuelva y me haga suyo…
Como ya lo he dicho, en ocasiones puedo ser tan sentimental que me causo ternura… o autocompasión, pues.

A Epsy la amé. Y jamás lo supo en su plenitud.
Para poner melancólico a cualquiera nunca se lo dije de manera fuerte y suficiente. Quizá sólo fui un hijo de su chingada madre que nunca tuve los pantalones para expresar que sí la quería, que sí la amaba.

Y eso me puede pesar, claro. No soy taaaan cínico. Bueno, sólo un poco, pero cuando llegas a un punto y reflexionas y te miras dentro y descubres por fin que tienes límites muy claros, que no eres indestructible, cobras conciencia que eres mortal. Es cuando te preguntas ¿hice bien? ¿Hice lo correcto?
A veces la respuesta es no.
Lo peor que te puede pasar es darte cuenta que no puedes darle para atrás, la solución de reinventar el pasado que no te gusta no es solución.

Descubrir penosamente el momento preciso y pensar en tu soberbia, en tu miopía, es terrible. Pensar que todavía te puedes equivocar con todos los años que cargas, es peor, es aterrador.
Porque ahora sí sientes que estás contra el tiempo. Que todo llega en su momento y que no sabes cuando será el final de éste.
En la juventud presumes de tu inmortalidad, juegas con los riesgos, en tu madurez presumes de tu cautela, ya estás más con cuidado, en tu vejez presumes de tu frialdad, de que llegaste más allá que tus propios padres y que eso lo lograste sólo por la misma indefinición de tu propio límite de vida.

Cuando descubres la ficha que te dan, la carta que te sirven, la cara del dado que aparece o el número que la Santa Ruleta te otorga y aparece ROJO MESOTHELIOMA. En eso todo adquiere otro sentido doloroso y trágico.
Descubres tu verdadero límite, el de tus fuerzas, el de tu vida, el de tu muerte. El del final.
Por eso las decisiones de día con día son más espeluznantes.
Decisiones para vivir. Decisiones para morir. Decisiones para amar.

Hay seres humanos que en ese espacio entre paréntesis llamado (vida), encuentran al amor y brindas por ellos y los que lo ignoramos, recordaremos lo finito cuando nos topemos con él. Y ver venir el paréntesis que se cierra.
Ponerme a pensar si mi vida terminará con sólo un parentesis «)». ¿No sería mejor anteponerle un signo de admiración «!»? ¿Qué más de admiración sea de la afirmación implicada en dicha vida? Jamás de interrogación, «?», por favor. Eso sería poner en cuestión toda la existencia misma del ser envuelto entre esos paréntesis.

A veces el signo de interrogación es tan trágico.
¿O prefieres sólo un punto final «.», como muchos de los aburridos?
Admiración, puntuación, interrogación, el paréntesis, frío en solitario.
El sino de tu vida, (no «signo», corrector, «sino») Aquí signo es sino y sino es signo.

Pero ojalá, lector-lectora, no entiendas demasiado tarde, cómo me pasó a mí, creo, que el signo, el que sea, no importa, a fin de cuentas si tuviste el amor que te arropa, el amor que se entrega, ¡que sientas que lo tienes o tuviste en la mano, chingado!
O que el amor te tenga a ti. Faltaba más.
Bien decía McCartney: «el amor que tomas es igual… al amor… que haces…».
Y esa es una de las más putas verdades como no hay otras en este mundo.

Tenía que irme. Zenobio, que cuate. Bueno, pensé que había tiempo antes de ir a la cena esa de la gente de David.
Y la pregunta que me flotaba era… ¿Valdría todo esto la pena?

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